miércoles, 22 de agosto de 2012

Crónicas de una banda de Rock: Del Gremio en Cabra (Córdoba) 11 de agosto de 2012. Sala Bohemios. (1ª parte)


Del Gremio Al filo de lo imposible. (1ª parte)

Si uno se fija en la etiqueta de Anís del Mono podrá leer:“lo dijo la ciencia y yo no miento”. No sé si la ciencia se ha pronunciado al respecto, pero lo que es yo, no son pocas las veces que he defendido que la pertenencia a una banda de rock es una actividad de riesgo. Y no es que desde aquí se pretenda deslegitimar actividades como la de artificiero en Afganistán, minero o sexador de pingüinos en el Círculo Polar Ártico, pero convendrán conmigo en una idea simple: tomar carretera y manta un mediodía de 11 de agosto para recabar en Córdoba en plena ola de calor y alerta roja-morada-color butano, no es precisamente ese tipo de actividad que uno considera, así como así, recreativa.

Como siempre, la jornada comenzó con nuestra irremediable vocación de campeones universales de Tetris, intentando colocar en dos coches el inabarcable caos informe que supone el contenido de nuestro local de ensayo. Dios tardó seis días en dar orden a algo parecido; nosotros, tras una hora y cuarto de encajes imposibles, conseguíamos cerrar los maleteros y ponernos en camino rezando para no habernos dejado ningún cable imprescindible.

Como si se tratase de una versión inversa de The final countdown, mientras la carretera avanza, uno observa cómo el termómetro del panel del coche va ascendiendo y acercándose peligrosamente a una cifra que, más que a una temperatura, se asemeja a la prima de riesgo del país. Los avisos telefónicos entre los dos coches y los cuatro miembros del grupo se concentran en concisas exclamaciones como -“¡Va a explotar!”, “Si encendemos el aire acondicionado el coche no tira”- o -“Vamos a morir aquí”-

A las 14:30 horas arribamos a la egabrense localidad donde, sobrepasados los 46 grados centígrados, el mundo parece haberse desintegrado, pero el grupo ha llegado. Al salir del coche la sensación es parecida a meter la cabeza en un horno pirolítico de los que anuncia Arguiñano; pero, aún así, -reincido- hemos llegado. Estamos a las puertas de la sala dispuestos a descargar y somos recibidos con no poca amabilidad por la encargada, que al ver a alguno de nosotros , que al borde de la deshidratación, parece dispuesto a beberse el líquido del limpiaparabrisas, señala: -Hoy no es para tanto; tendrías que haber venido ayer. Eso sí que era calor...-.

15:30. Descargados ya los trastos y tras un par de cervezas cortesía de la casa, nos dirigimos a nuestro aposento con ánimo de descansar un poco hasta la hora del montaje. De todos es sabido que, de entre todas las razones posibles por las que un grupo de rock quiere llegar al estrellato, por encima de la pasta a raudales, de la grabación de discos, de los fans enfervorecidos, de las drogas, de las señoritas con el curioso empeño de que les sea inspeccionada profusamente la ropa interior... por encima de todo eso, en la mente de cualquier rockero, está el enfermizo deseo de que antes y después del concierto haya personas que monten y desmonten el escenario por él. No hay nada comparable a eso. Pero no; nosotros tenemos que montar, sonorizar, arreglar, ensamblar, probar, medicar y múltiples acciones más marcadas por verbos de la primera conjugación. Así que llegando al aposento, antes de subir, optamos por un relajado café en el bar de abajo. Nuestro guitarra solista, egabrense adoptivo y conocedor del terreno, ante tal idea, nos advierte de lo peligroso de la misma, y ante nuestra insistencia en entrar, tomar un café e irnos, huye a todo trote diciendo que luego nos vemos. Ante el cartel del pequeño bar y, tras la reacción de nuestro compañero, no puedo si no dibujar en mi mente otro cartel adjunto, grabado con las palabras que Dante lee al entrar en el infierno: “Los que entráis aquí abandonad toda esperanza”.

Fundido en negro. Una hora y media después nos hemos hermanado casi sanguíneamente con los parroquianos del bar, nos hemos fotografiado con todos y cada uno de ellos, nos han hecho padrinos de sus recién nacidos hijos, y nosotros hemos prometido dedicar tal número de canciones a todos los presentes que, puestos a echar cuentas, requerirían que el concierto durase hasta septiembre. Exaltación de la amistad, bailes regionales, insultos contra el clero, pero viva la virgen de la sierra, etc, etc... Eso sí: de los cafés no se sabe nada; copas, muchas, un montón; tantas que los conceptos de espacio y tiempo empiezan a desaparecer. También misteriosamente desaparece el vocalista de la banda, a lo Steve McQueen en La gran evasión. Horas después, batería, bajista y vocalista consiguen llegar al apartamento como si los escasos 20 metros que separan la cafetería del mismo, tuvieran realmente la extensión del desierto del Gobi. Hay que descansar; relajarse; dormir. Es justo y necesario. Glorificando por encima de todas las cosas existentes a la máquina de aire acondicionado nos quedamos dormidos. Quince minutos después suena el despertador para avisarnos de que ya son las nueve de la noche y toca ir a montar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario